13 abr 2007

Los Cultos Lunares

La Luna representa el poder femenino, es la Diosa Madre, Reina del Cielo. La rana, el sapo, la liebre y el conejo son animales relacionados con la Luna, y muchas veces se les representa como símbolo de la misma.

En aquellos tiempos, toda la vida intelectual descendía de los santuarios. Se adoraba a Juno en Argos; a Artemisa en Arcadia; en Pafos y en Corinto, la Astarté fenicia se había convertido en la Afrodita nacida de la espuma del mar. Maestros, iniciados y sacerdotes de todas partes aparecieron en el Ática portando diferentes cultos. Incluso una colonia egipcia había llevado a Eleusis el culto de Isis, bajo la forma de Démeter (Ceres), madre de los Dioses.

Orígenes del Antagonismo

El Dios solar, el Apolo délfico, existía ya. El culto de Apolo fue introducido por un sacerdote innovador, bajo el impulso de la doctrina del Verbo Solar, que recorría entonces los santuarios de la India y de Egipto. Sin embargo, este culto no representaba sino un papel difuso y borroso. Fue Orfeo quien dio un renovado poder al verbo solar de Apolo, reanimándolo y electrizándolo, por medio de los misterios de Dionisos.

No obstante, la gente común, de los pueblos y aldeas prefería dirigir su adoración a las diosas que representaban a la naturaleza en sus potencias benéficas o destructoras; los ríos subterráneos; las erupciones volcánicas o las tormentas eléctricas.

Como todas aquellas divinidades no tenían ni centro social ni entidad religiosa definida, poco a poco comenzó a librarse una guerra encarnizada. Los templos enemigos, las ciudades rivales, los pueblos divididos por el rito, o la ambición de sacerdotes y reyes se batían en luchas feroces. Esto llevó a profundizar el odio entre cultos contrarios y muchas veces hasta provocar la muerte de los propios feligreses.

Poco a poco, el espíritu de Asia fue minando, con cantos melancólicos a la Grecia iluminada. Llegaba la hora del crepúsculo. Pero, por sobre todas las cosas significaba también la victoria de un Culto Lunar sobre un Culto Solar. Es así como llegamos a los tiempos en que Tracia fue presa de una lucha profunda, y encarnizada. Los cultos solares y los cultos lunares se disputaban la supremacía.
Cultos Solares y Cultos Lunares

Estos cultos representaban dos teologías; dos cosmogonías; dos religiones y dos organizaciones sociales radicalmente opuestas. Los cultos uránicos o solares tenían sus templos en las alturas y las montañas; sacerdotes varones; reglas ascéticas y leyes severas.


En tanto, los cultos lunares reinaban en las selvas y en los valles; tenían mujeres por sacerdotisas; ritos voluptuosos; la práctica desordenada de las artes ocultas y el gusto por la excitación orgiástica.

La guerra entre los sacerdotes del sol y las sacerdotisas de la luna era a muerte. Una lucha de sexos, antigua, inevitable, abierta u oculta, pero eterna, entre el principio masculino y el principio femenino, en la que se juega el secreto de los mundos. Pues, únicamente el equilibrio de estos dos principios puede producir las grandes civilizaciones.

El poder tenebroso de las sombras

Quien regía a las sacerdotisas oscuras era Hécate, divinidad femenina griega, que en sus tres personificaciones, de Luna en el cielo; Diana en la tierra y Proserpina en el infierno ha sido identificada también como la “Triple Hécate”.

Hécate era la diosa de la oscuridad e hija de los titanes Perses y Asteria. A diferencia de Artémis, que representaba la luz lunar y el esplendor de la noche; Hécate representaba su oscuridad y sus terrores. Se creía que en las noches sin luna, ella vagaba por la tierra con una jauría de perros fantasmales y aulladores. Era la diosa de la hechicería y lo arcano. Se la suele representar con tres cabezas y serpientes alrededor de su cuello.

Oscuras nubes y el silbido siniestro del viento furioso recorrían el suelo de la antigua Hélade. Espantosos abusos comenzaban a producirse. Las sacerdotisas de Hécate se habían apoderado del viejo culto de Baco, confiriéndole un carácter sangriento y tenebroso. Así fue como adoptaron finalmente el nombre de “Bacantes”.

Magas, peligrosamente seductoras y sacrificadoras sanguinarias de víctimas humanas, las bacantes tenían su santuario en los valles salvajes y lejanos. Celebraban sus ritos y danzas nocturnas (Bacanales) en las montañas. La alusión literaria más antigua se encuentra en el Himno homérico a Démeter. Por lo general, se reunían a mitad del invierno, descalzas y cubiertas con pieles de leopardo.


El culto a la luna esta vinculado a la Magna Mater (la fuente de vida). La leyenda dice que se enfureció contra su amante Attis (el dios de la vegetación), porque le había sido infiel. Presa de un ataque de celos, Magna Mater mató y castró a su amante, enterrándole a continuación bajo un pino. Tras llorar su muerte le devolvió la vida. Las estaciones reproducen esta historia: la vegetación se marchita en otoño, muere en invierno y revive en primavera, momento en el que tienen lugar las grandes ceremonias en honor de la Magna Mater. Durante estas celebraciones se baila, se canta y se interpreta música. Los aspirantes al clero se castraban a sí mismos utilizando piedras, reproduciendo así el destino de Attis y ofreciendo su fertilidad a la Gran Madre. A continuación se excavaba un foso al que descendían los iniciados vestidos con togas blancas. Se colgaba sobre ellos un toro vivo y se procedía a su sacrificio. Los iniciados, cubiertos con la sangre del toro, se arrastraban fuera del foso habiendo ya "renacido" en el culto de la Magna Mater.

Ptolomeo notifica la existencia de una isla dedicada a la luna, en el noroeste peninsular. L. Caro Baroja y B. Taracena consideran estos indicios como suficientes para poder hablar de una divinidad lunar cuyo nombre era tabú. Es significativo que en el vascuence actual los términos que designan a la luna o a sus derivados (illargui =luna; illa =mes; illabete =luna llena; ilberri = luna nueva: ilgora = cuarto creciente; ilbera = cuarto menguante) procedan de un tabú de vocabulario, desconociéndose el nombre primitivo que los vascos daban al astro. Además los lingüistas interpretan la palabra “ilargui” con un significado de muerte que enlaza a la luna, como en el resto del Mediterráneo, con el mundo funerario. Posibles acepciones son “luz de mes” “luz de oscuridad”, luz durmiente o muerta”, “luz muerta o de difuntos”, luz de muerte, luz de difuntos”.

También Avieno hace referencia a una isla mediterránea, cercana a Málaga, dedicada por los tartesios a noctiluca (la luz nocturna). Tanto Avieno como Estrabón mencionan un santuario próximo a Sanlúcar de Barrameda, consagrado a “lux divina” donde se ha querido ver un culto lunar. Los testimónios aquí expuestos indican, según el mismo autor, el conocimiento de signos y presagios en relación con el astro. La conexión de la luna con el ámbito funerario se hace patente en las representaciones de ciertas estelas procedentes, sobre todo, de la mitad norte peninsular.

Indicio y supervivencia de la asociación del astro con los valores maternos pueden ser los numerosos y modernos amuletos en forma de creciente, utilizados por mujeres lactantes y niños de pecho, en las áreas de Cáceres y Toledo. Su finalidad es la protección contra el “alunado” o enfermedad producida por la luna (molestias gástricas y cutáneas). Estos talismanes se colocan en forma de pendientes, colgantes y prendedores en la ropa o en contacto con el cuerpo del enfermo. Los más simples son sencillas medias lunas, los más sofisticados representan perfiles humanos y se adornan con calados, higas, cruces, etc…

Entre todas las vírgenes conocidas destaca la Leyenda de Nuestra Señora de Montgarri, patrona del Valle de Arán: su imagen fue descubierta por un buey en terrenos de pastos comunales. Considerada por los pastores como un regalo del cielo, cada uno cedió una vaca propia para formar el rebaño de la Virgen, el cual aún subsiste. De entre estas reses, siempre surge un buey que dirige a los demás como un pastor hasta su muerte, momento en que es reemplazado por otro, elegido por sus compañeros.

La relación del toro con la Madre de Dios llega hasta la construcción de pequeños tentaderos adosados a sus santuarios, práctica frecuente en el área dominada por la cultura de los verracos. Durante las fiestas marianas, en ellos se daba y aún se da muerte a la res, cuyos restos se reparten entre los asistentes a la romería.

1 comentario:

Dari23 dijo...

Buenas!
Soy el autor de Gangire ^^
Gracias a ti.
Eres fan de Sailor moon?? yo tambieen!! mola un huevo.
Bueno Buen blog e interesante!